La mosca by Slawomir Mrozek

La mosca by Slawomir Mrozek

autor:Slawomir Mrozek
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Filosófico, Humor, Sátira
publicado: 1991-01-01T00:00:00+00:00


EL INVITADO TARDÍO

Había acabado ya la recepción. A causa del cansancio, no era capaz de leer las agujas del reloj, pero a juzgar por el lívido resplandor tras las ventanas y el trinar de los pájaros en el jardín sería por la mañana temprano. Precisamente estaba avanzando hacia el guardarropa a cuatro patas, cuando en la sala del banquete entró alguien no solo dúpedo, sino de apariencia fresca, mejillas sonrosadas y mirada despierta.

—¿Sigue usted por aquí? —me sorprendí atravesando el parqué.

—¿Que si sigo? ¡Pero si acabo de llegar! Antes no me habían dejado entrar porque no llevaba invitación.

—Tenga cuidado, ha pisado al conde N.

—¿Qué? ¿El conde N. también está aquí? ¿Podría presentamos?

—Naturalmente, el conde N., el señor… Me parece que no nos conocemos.

El recién llegado pronunció un apellido que no me decía nada y estrechó la pierna del conde, porque la mano de este estaba embadurnada en mayonesa.

—¡Qué honor! Las cruzadas, siglo trece. ¿Entonces tal vez esté presente también el príncipe P.?

—Lo vi antes de medianoche, cuando se dirigía al excusado. Creo que aún no ha vuelto.

—No importa, esperaré. ¿Y el profesor R.?

—¿El del cosmos?

—¡Sí! ¡Es un genio solo comparable a Copérnico!

—Pues sí, está aquí. Debajo de la mesa. ¿Quiere hacerle una visita?

—No osaría molestarle debajo de la mesa, mejor me sentaré aquí en la silla.

Y se sentó.

La mesa tenía el aspecto de siempre a esas horas y en esas circunstancias, pero él parecía no reparar en ello.

—Qué distinción hay en todo… Es la primera vez que estoy en compañía tan exquisita. Y esta señora tumbada sobre la mesa, ¿quién es?

—Zaza Braguébor, estrella de la pantalla.

—¡La conozco, la conozco, por supuesto que la conozco! Solo que no la reconocí al principio porque tiene la cara hundida en la tarta, de chocolate, parece ser… ¿Y no tiene frío?

—Tendrá.

—¿Por qué entonces se ha desnudado?

—Porque debía de tener calor. ¿Quiere tomar algo?

—Si no es molestia…

Vertió los restos de algunas copas en otra y se los bebió.

—¿Qué es esto?

—Champán.

—¡Excelente! ¿Se marcha ya? —Se extrañó al verme movilizar de nuevo las cuatro extremidades.

—Sí, tengo que irme ya, estoy trabajando actualmente en una nueva novela.

—Ya entiendo, usted debe de ser un escritor de renombre mundial.

—Bueno, bueno, no exageremos. Aunque uno ha escrito algunas cosillas.

—Cuánto me gustaría tener algo de artista… ¿Permite usted que me quede aquí un rato más?

—Naturalmente, siéntase como en su casa.

Me caen bien los advenedizos, tienen esa frescura en la mirada que a nosotros, a las élites, nos falta a veces.

Después me arrastré hacia la salida sin más incidentes.



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